sábado, 13 de junio de 2009

¿De dónde venimos?


Parece que han pasado siglos desde los años 60 en que transcurrió mi infancia en un pueblecito de Jaén llamado Jabalquinto. Parece haber un abismo entre esos dos niños...

Les dejo un articulo que hice para una revista escolar de Jabalquinto y donde echaba la vista atras:

"PACO NÁJERA. DIBUJANTE DE TEBEOS Y DE JABALQUINTO. COSAS MÁS RARAS SE HAN VISTO.


A temprana edad, en el plazo previsto y por el conducto reglamentario, este que les habla -escribe en este caso- vio la luz allá por el 59. En Mayo. No recuerdo si florido y hermoso, que la memoria ya flaquea. Eso sí, yo nací en casa, que uno siempre ha sido muy hogareño. Son pues, 44 primaveras. Siendo optimistas se puede decir que he pasado ese ecuador vital que marca el lento declive hacia la venerable ancianidad. Y como no, cuando el trecho por recorrer es menor que el recorrido es normal echar la vista atrás y rumiar recuerdos y flashes, cercanos y no tanto. Por ello esta invitación a colaborar, con mis recuerdos escolares, en vuestra revista es algo mas que tentadora. Otra cosa es que pueda revestir interés para alguien.

Y en ese ejercicio retrospectivo, me veo, a la edad de 6 años, con mi madre, camino de la escuela. Un alto en el camino para comprar en casa de Salvadora un lápiz, un sacapuntas y un cuaderno de aquellos de logo redundante y en diagonal. Y llegamos a la escuela de Don Fernando. Abajo panadería, arriba un secadero de tabaco de los González (patrón de mi señor padre y lugar frecuentado por mí para improvisar columpios con las cuerdas que colgaban del techo). Y en medio, digo, la escuela, como un sándwich. Un buen número de escaleras, marcaban metafóricamente el acceso a ese templo temprano del saber. En ese día aciago, servidor, traspasó ese umbral dejando constancia ya, a tan corta edad, del intrépido temperamento que me caracteriza. Un mar de lágrimas, y algo más que el deseo de huir jalonaron en mi memoria, el inicio en las letras.

Al entrañable Don Fernando, hombre temeroso de Dios, y de algunos fenómenos atmosféricos, siguieron en una difusa amalgama de nombres, Don Jaime, Don Pedro, Don Sigifredo... Ah, sí, Don Sigifredo. Me vais a permitir hacer un alto para recordar a Don Sigifredo, un tipo enjuto- seco, decíamos entonces- de nariz prominente y afilada, al que un estornudo bien podría haberle provocado una harakiri accidental, y ... maestro. Maestro en palizas, en humillaciones, en el trato clasista a sus víctimas- perdón alumnos- en el bautismo moteril y en el espionaje y delación de la asistencia, o no, a la misa dominical. Estas y otras más virtudes adornaban su noble carácter. Sí, ya lo creo, Don Sigifredo me marcó. Me marcó las rodillas con garbanzos, la lengua con guindillas, las manos a palmetazos y el currículo escolar con la repetición del 3º de Primaria. Sí, a final de los 60, en algunos casos, la educación de los tiernos españolitos se confiaba a gente así. Así lo recuerdo al menos. Afortunadamente no todos los maestros que tuve eran practicantes del sado magisterio y mi andadura escolar prosiguió dentro de la normalidad con Don Jaime, el venerable Don Isidoro, cuya mujer me dio los primeros consejos en materia dibujística, Don Juan, Don Francisco y algunos otros dones que no recuerdo. A quien si recuerdo con especial cariño es a Doña Sagrario, una mujer afable y paciente, que en el reconvertido 6º de EGB, deseosa de que no confundiéramos la cosa paterna con un tubérculo nos repetía sin cesar que papa no hay más que uno y estaba en Roma. Que a nuestros progenitores había que llamarlos esa cursilada de papás o padres. Ni que decir que pese a sus dotes pedagógicas, y tener un marido veterinario, no tuvo éxito en su empeño. A ella debo, en ese curso, un buen lingotazo de autoestima y la revelación de que los útiles y soportes para dibujar iban más allá del lápiz y los forros de los libros. Cuando me regaló a final de curso un maletín de óleos, durante semanas viví sin vivir en mí y tan alta dicha esperaba que no sabía si aquella preciosidad era solo para la mística contemplación o había que mancillarla con el uso. El año pasado la vi en un colegio de Linares. La saludé y hablamos de aquel curso. Lo recordaba vagamente, no en vano habían pasado... 30 años.

Sí, 30 años que dejé aquellas escuelas donde niños y niñas estábamos en clases y recreos separados, donde los duros inviernos eran combatidos con braseros portátiles de picón, hechos con una lata de tomate y un alambre, que los chiquillos portábamos y poníamos bajo la banca. Aclaro que a pesar de ser niños pobres, y hasta paupérrimos, nosotros no nos sentábamos en pupitres, lo nuestro eran bancas. No daban créditos ni repartían cuantiosos dividendos, pero bancas al fin y al cabo. Ironías de la vida, supongo.

Y como no, recuerdo las flores a María en Mayo, la asignatura de FEN (Formación del Espíritu Nacional) escrita por el incombustible Fraga Iribarne y que nos aleccionaba en el amor al caudillo, a su obra y a desconfiar de esas moderneces foráneas, origen de todos los males y llamada democracia. Porque ojo, nosotros también teníamos democracia, el intríngulis y la madre del cordero estaba en que la nuestra era orgánica y la de fuera inorgánica. Que vamos, ni punto de comparación.

Ah, qué tiempos, con la pubertad marcando paquete ante aquellas faldas plisadas de las niñas. Unas niñas empeñadas en jugar a la comba, a la rayuela, a los cromos, a comiditas y a otros divertimentos insípidos, en lugar de quemar adrenalina con un buen tirachinas, hacer filigranas con una navaja, practicar el béisbol patrio llamado pita, jugarse fortunas de perras gordas a las bolas o emular a Gento, a Amancio, a Pirri... con una pelota. Definitivamente hombres y mujeres, pese a enigmáticas atracciones, estábamos hechos de pasta diferente.
Y no se porque se me quedaron grabados poemas escolares como el de “Abenamar, Abenamar, moro de la moreria, el dia que tu naciste grandes señales había, estaba la mar en calma, la luna estaba crecida y bla, bla, bla. O aquel otro de La canción del pirata “Con cien cañones por banda, viento en popa a toda vela,,,” que no se si los recuerdo por sus virtudes literarias o por que había cierta similitud con El guerrero del antifaz o a El cachorro. Sendos éxitos tebeisticos de la época. Y es que los tebeos en aquellos años añadían color a una época gris. Y los crios los devorábamos con fruición. Los cambios de aquellos tebeos, llenos de lamparones, con curas de urgencia a base de esparadrapo, firmados por los sucesivos propietarios, y la consiguiente y dura negociación no tenían nada que envidiar al de una resolución de la ONU. Ya lo creo. Se hicieron grandes fortunas de tebeos en base a esa pericia negociadora. Pero entre todos ellos brillaba con luz propia y era la joya de la corona de todo quisqui: El capitan Trueno. Los mayores del lugar saben de que hablo. Probablemente de aquellos polvos estos lodos, en lo profesional.
Por no hablar de la fascinación de la tele. ¡Que peazo de pelis echaban,,,! Viaje al fondo del mar, Bonanza, Perdidos en el espacio, Los agentes de cipol, Los intocables, El fugitivo, Los invasores y tantas otras. Lo malo es que teles, lo que se dice teles, no había muchas en el pueblo. Solo así se puede entender que uno pasara por taquilla de comprar un paquete de pipas para poder ver en casa de Bigote El Virginiano o que medio barrio se congregara, con sus sillas,(no siempre en paz y armonía) delante de la ventana de Anica la de Torres para ver Galas del sabado o la terrorífica Historias para no dormir. Berlanga, seguro, habría hecho arte cinematográfico con ese material.
Y palabras mayores era el cine. Con mi padre o con mi amigo Pepe sacábamos entrada de gallinero, un duro de la época, y allí tras el fastidioso NO-DO se nos abría una ventana de luz y de color. Importaba poco que peli proyectaran. Si recuerdo que abundaban los doblajes mexicanos y que los escasos besos eran, entre silbidos, vistos y no vistos. Mas bien lo segundo. Vamos que aquellos odiosos dos rombos –mayores de 18 años- a los que llamábamos juanolas se los podían ahorrar. Cuando se apagaba la luz ni la inevitable emigración clandestina de gallinero a sillas, o el ronroneo de las pipas conseguía sacarnos del trance, de la magia, de ver a Tarzan, El coyote, Los diez mandamientos, las de tiros de Gary Cooper o aquellas de un luchador un tanto barrigudo y con careta que apodaban El santo. Daba igual, digo, si saliamos haciendo gorgoritos tras ver a Marisol o Joselito o verónicas tras ver la correrías de Manuel Benitez el Cordobes, aquel maletilla que, en una suerte de operación Triunfo de la época, pasó de robar gallinas al salto de rana en las plazas de toros de media España. Ni el duro escalón gallináceo, ni los chinches de las sillas podían con el embelesamiento del cine. No señor.
Y perdonen ustedes, niños y niñas, si lo que cuenta este carroza, sin orden ni concierto, les suena a chino. Tiene su explicación. No en vano, mi generación, en edad escolar, portaba cual jíbaros, cabezas de negritos y chinos, con ranura superior, en la que introducíamos las limosnas de el Domund para esa pobre gente necesitada de pan y alimento espiritual. ¿A quién no se le pasó por la cabeza alguna vez irse de misiones por esos mundos incivilizados y paganos de Dios, y hasta, en el cúlmen de la vocación, terminar siendo mártires y santos?

Sí, eran otros tiempos. Os sonarán a prehistoria pero están ahí, a la vuelta de la esquina. Treinta años en la Historia son unos renglones en un libro. En lo personal... en lo personal es otra cosa.

Pero vuelvo a lo cronológico, que me conozco. No se si por aquello de que a todo cerdo le llega su San Martín, a los de mi quinta, a los 14 años se imponía eso que hoy se llama entrar en el mercado laboral y entonces simplemente currar. O en algunos casos, los menos, como el mío, darse una prórroga estudiantil. Pasé a hacer formación profesional en la SAFA de Linares. Un sucedáneo carreril para la gente poco pudiente. Cinco años de los que guardo un gratísimo recuerdo y de los que salí con un bonito y largo título: Técnico Especialista en Máquinas Herramientas. Nunca ejercí de tal.

Tras hacer COU y abandonar la senda estudiantil, fui llamado al servicio de la patria. A la extinta mili. Y ahí ya empezó a incubarse ( el trato con algún compa portador del virus seguro que tuvo algo que ver) esa rara enfermedad que aún padezco: dibujar tebeos, cómics, historietas, tres nombres distintos y un solo oficio verdadero. Con los paréntesis pertinentes y en trabajos de lo más diverso (desde ventas a comisión, reparación de carretillas elevadoras, venta de extintores, peluquería y oficios menos confesables...) ya sentía la llamada de la selva viñetera y mis incursiones en este mundillo se fueron haciendo cada vez más frecuentes hasta llegar a ser un profesional del cómic. Que no sé si es llegar a algo, pero llegué.

Desde hace unos 15 años trato de hacerme un hueco en este difícil y competitivo mundo de la historieta, bandeando la profunda crisis del sector con incursiones en el diseño gráfico, la ilustración, cartelería y todos aquellos terrenos colindantes y alimenticios con el dibujo de cómics. Probablemente lo único que sé hacer medianamente bien, y más por constancia que por aptitudes extraordinarias. Créanme.

Y ahí sigo, erre que erre, pariendo, a veces con dolor, historietas, nadando entre viñetas, bocadillos, onomatopeyas, líneas cinéticas, planos y contraplanos... y agarrado a este madero vocacional que me mantiene a flote y que quiero creer que me llevará a algún puerto.

No es por evitar la competencia pero si a alguno de ustedes se le ocurre pensar en lo guay de este trabajo me permito decirle que la santísima trinidad de nuestro tiempo (fama, dinero y poder) no la encontrarán aquí. Lo que sí encontrarán es un medio fascinante de creatividad, el poder encauzar ideas y emociones y a la postre... comunicar. Si les basta con eso, adelante y suerte.

Y termino ya, enviando un afectuoso saludo a esas nuevas generaciones de jabalquinteños, con el deseo de que disfruten de esa etapa escolar- efímera, ya verán- y que encuentren en sus profesores, maestros, un apoyo que potencie y encauce lo mejor de sí mismos.
Ruego clemencia por el rollo abusivo que se ha marcado este abuelo Cebolleta. Espero que Don Pedro Antonio asuma su parte de responsabilidad por ocurrírsele la maquiavélica idea de invitarme a contarles mis cosas.

Desde Linares, tan lejos y tan cerca...


Un tal Paco Nájera."

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