domingo, 11 de julio de 2010

Dos grandes. Carlos Gimenez y Víctor de la Fuente


Entre las colaboraciones que recabé para el libro de Félix estaba, como no, la de Carlos Gimenez, otro gran maestro que no obstante y como podéis ver en su escrito confesaba su admiracion sin fisuras por Víctor de la Fuente.
Resume mejor que cualquier otra cosa ese referente que ha sido y es Víctor de la Fuente para muchísimos profesionales. Porque si para los aficionados ha sido un grandísimo autor para los que compartimos oficio y podemos ahondar algo mas en la técnica, Victor está en otro estadio, en otra dimensión. Un maestro de maestros.

Víctor de la Fuente, ese increíble artista

Hace pocos días, un buen amigo mío me mandó por correo electrónico unas fotografías del último Salón del Cómic de Madrid. Son las clásicas fotos de este tipo de ferias: grupos de gente desenfadada, autores firmando ejemplares, yo mismo con mis colegas tomando cubatas... En algunas de ellas estoy con Víctor de la Fuente. En las fotos los dos estamos riéndonos, abrazados, como lo que somos, dos buenos amigos que se quieren. "Víctor de la Fuente y yo, dos buenos amigos que se quieren". ¡Qué bonito me suena! Poder decir esto con la convicción de que es cierto es para mí un placer, un gran orgullo y una tremenda satisfacción.
Siempre he pensado que la auténtica valía, a un hombre no se la da ni el dinero ni la fama ni el poder. Se la dan los amigos. La categoría de los amigos es lo que da categoría al que los tiene. Quien puede presumir de tener buenos amigos, amigos de calidad, no necesita presumir de nada más.
Conocí a Víctor de la Fuente en Madrid hace muchos años. Yo tenía veintipocos y él algunos más. Víctor es un poco mayor que yo. Digamos que me lleva una pequeña ventaja en años y una tremenda ventaja en todo lo demás.
Fue en Madrid, en un estudio que habían montado Adolfo Usero, Esteban Maroto y algunos dibujantes más cuyos nombres ahora no recuerdo. Nos había citado allí, a un grupo de profesionales de la capital, el agente Josep Toutain –todavía no era editor- para dilucidar ciertos asuntos relacionados con la agencia Selecciones Ilustradas. Allí vi por primera vez a Víctor de la Fuente.
En la vida hay ciertos hitos que se recuerdan siempre. Se dice que todo el mundo recuerda el día en que mataron a Kennedy y que todo el mundo recuerda también el día en que vio por primera vez el mar. Yo recuerdo el día en que conocí a Víctor de la Fuente.
Por aquella época, Víctor ya era un grandísimo autor conocido, reconocido y admirado por toda la profesión. No había dibujante bueno o malo que no guardase como joyas, entre su documentación, los tebeos –en aquella época los snobs todavía no habían acuñado en España la palabra cómic- que Víctor de la Fuente dibujaba para la Fleetway.
Aquellos cuadernillos de 64 páginas, dos viñetas por página, bolsilibros de pequeño tamaño pero de enorme valor artístico que los dibujantes a medio cocer como yo no nos cansábamos de mirar y remirar con el ansia y la pretensión de asimilar todo aquel talento, con la envidia, la sana y maravillosa envidia del admirador que se obnubila con la magia del maestro.
Recuerdo aquellas espléndidas figuras de soldados japoneses con las piernas abiertas, anclados al suelo por su propio peso. Aquellos jeeps anchos de pecho como los caballos que ha dibujado siempre Víctor, que volaban más que corrían con todas las ruedas en el aire, a punto de desprenderse de los ejes. Aquellas figuras de cintura quebrada girando, disparando y corriendo, todo a la vez. Aquellos cuerpos agachados –"los agachados de Víctor", como dice mi amigo Adolfo Usero cuando asegura que nadie dibujó jamás esas posturas con el talento y la fuerza de Víctor de la Fuente.
Después de aquella primera vez nos hemos visto muchas veces. Al principio sólo cuando coincidíamos en agencias o editoriales, y sobre todo en ferias del cómic, o simposios, que así llegaron a llamarse este tipo de actos.
Y un día llegó en que tuve el honor de ver publicadas mis páginas junto a las de Víctor de la Fuente. En la misma revista. En la revista Trinca.
Para los dibujantes de tebeos, sobre todo cuando se está al comienzo de la profesión, son muy importantes estas tres cosas: 1º) Publicar. Publicar donde sea; esto es lo fundamental. 2º) En qué revista se publica. Que a ser posible sea una revista importante, de gran difusión, que todo el mundo conozca. Y 3º) Junto a qué otros autores publicas. El autor joven se muere por ver sus dibujos impresos al lado de los de autores famosos, formando equipo con ellos.
La revista Trinca fue en su momento una buena revista. Por lo menos desde el punto de vista de la impresión. A todo color, en papel couché, de esmerada edición y estupenda reproducción. Y alto precio. Era –puede decirse- un tebeo de lujo. En esta revista, Víctor de la Fuente publicaba la serie Haxtur.
Hay publicaciones de historietas que se identifican con una serie o con un personaje. Normalmente, con su personaje más importante o de más éxito. Por ejemplo: Chicos fue la revista de Cuto. Pilote era la revista de Asterix. Y Pulgarcito, la de Mortadelo y Filemón. Pues bien, sin discusión alguna, Trinca era la revista de Haxtur. Por aquella época en que yo ya iba de pollito por la profesión, Víctor de la Fuente era el indiscutible Chantecler del gallinero.
Y este es el momento que yo estaba esperando para decir cuatro palabras –se podrían decir muchas más- sobre la serie Haxtur.
De la misma manera que casi nadie conoce los cuadernos de guerra que Víctor dibujó durante siete años para la Fleetway y la DC. Thompson porque jamás, que yo sepa, se han publicado en España, por todo lo contrario es sobradamente conocido el personaje Haxtur. Y no sólo porque se haya reeditado repetidas veces, sino también porque se ha escrito mucho sobre él y porque con frecuencia su nombre se ha utilizado como marca sinónimo del buen cómic. Sirva como ejemplo de lo que digo el hecho de que un Haxtur modelado en bronce da nombre e imagen a los premios del Salón del Cómic del Principado de Asturias.
Si hay en España, en la ya larga y prolífica historia del tebeo español, una serie de auténtico culto, y no sólo para lectores y aficionados, sino también para dibujantes profesionales, críticos y estudiosos, esa serie es Haxtur. Y lo es por derecho propio. Por los indiscutibles méritos y cualidades artísticas de su autor, Víctor de la Fuente, y por lo que ha representado este como modelo, lección, guía y luz para los muchísimos discípulos que han caminado detrás de él.
Haxtur ha sido y todavía es el libro de cabecera de un gran número de historietistas. Haxtur fue sin lugar a dudas el personaje más copiado, más imitado y más plagiado de su época. Y no solamente en España, sino también en Europa y en América. Sobre todo, en la América que habla español. Quien conoce las publicaciones de historietas argentinas, mexicanas, cubanas... sabe de qué estoy hablando
Y me parece bien. Es decir, me parece normal, lógico y hasta adecuado. Si hay que escoger un maestro de quien aprender, si hay que elegir un modelo a quien imitar y estudiar, escojamos al más listo, al que más sabe, al que más nos gusta.
Víctor de la Fuente tiene eso que despierta en el que lo admira las ganas de copiarle, de imitarle. Cuando miras un dibujo de Víctor piensas: "este es el dibujo que me habría gustado hacer a mí", y sientes, como el cleptómano, la necesidad de apropiarte de aquella imagen plagiándola, haciéndola tuya.
Y que conste que yo soy de los que piensan que no se debe plagiar a nadie. Es una cosa muy fea, está mal visto y además es poco honrado. Pero copiar a Víctor de la Fuente debería, si no estar permitido, si al menos tener algún eximente.
Cuando pienso en mi año sabático, ese tiempo de desconexión que sé que nunca podré disfrutar pero con el que a menudo sueño, ese tiempo en que me imagino dando vacaciones a la rutina del trabajo sin pausa que impide reflexionar, ese tiempo en que me veo a mí mismo estudiando dibujo, copiando modelos del natural, haciendo ejercicios sobre la obra de otros dibujantes para romper mi estilo, practicando otras caligrafías... siempre tengo en mente, como objetivo principal, estudiar a fondo la obra del maestro Víctor de la Fuente. Utilizar sus álbumes como láminas de dibujo, estudiar su figura humana, su composición, su puesta en escena. Tratar de entrar en su sensibilidad, en esa comprensión que él tiene de la relación volumen-espacio. Captar su energía. Penetrar en el secreto de su trazo, en la fuerza y belleza de sus imágenes, en ese grafismo total en el que cabe todo y todo está en su sitio, en su distancia y en su importancia.
Quiero además llamar la atención sobre uno de los aspectos más destacables y más admirables del temperamento de este gran artista: su falta de pereza a la hora de plantearse una escena, su capacidad, facilidad y destreza para abordar temas totales, para dibujar, y dibujar magistralmente, aquellas escenas que por su complejidad, por la cantidad de elementos que la componen, la cantidad de personajes que intervienen en ella, por la distancia espacial entre unos y otros y por la dificultad añadida de hacerlos reconocibles e identificables, conllevan tantos problemas que para otros dibujantes sería un trabajo inabordable.
En el estudio de El Manzanares, aquel nuestro primer estudio, que compartimos de jovencitos, casi niños, Adolfo Usero, Esteban Maroto y yo, solíamos clasificar y diferenciar los guiones que nos llegaban para dibujar, nuestro primeros guiones, por "bonitos" o "de huestes".
-¿Qué tal es el guión?
- Bonito
Quería esto decir que era un guión fácil que se prestaba al lucimiento. Pocos personajes en cada viñeta, figuras en movimiento y ambientación no demasiado especificada.
-¿Qué tal es el guión?
- De huestes
- ¡Maldición!
De huestes quería decir que había que dibujar múltiples personajes por viñeta en sirtuaciones complejas: ejércitos a caballo, grupos enfrentados a grupos, muchedumbre, masas... Mucho trabajo. Y lo que era peor, trabajo difícil y poco lucido. A estos guiones también los llamábamos "de castigo".
Bueno, pues para Víctor de la Fuente, ese increíble artista que dibuja con la misma facilidad con la que el resto del mundo escribe, no existen guiones de castigo. Los "de huestes", en virtud de su habilidad y su facilidad, se convierten en "bonitos".
Esos temas inabordables para cualquier dibujante mortal, esos guiones cuya sola lectura arrancaría lágrimas de desesperación e impotencia al dibujante más avezado y curtido, Víctor los ilustra cada día con la naturalidad y facilidad de lo cotidiano. Como lo más normal. Ejércitos contra ejércitos, asaltos, batallas, guerras, muchedumbres desplazándose hacia otras muchedumbres, ejércitos emboscado para sorprender a otros ejércitos, panorámicas de los campos de batalla vistas desde arriba en las que los soldados manejan las baterías de cañones disparando contra los aviones que sobrevuelan los trenes mientras el ejército contrario... ¿Que exagero? No exagero nada. Véase, por ejemplo, el álbum Viva Villa de la serie Los gringos. O tantos otros de su extensa obra.
Resumiendo: que al lado de algunas viñetas de Víctor de la Fuente las ilustraciones de Gustavo Doré para La Divina Comedia parecen trabajitos de alivio.
Por eso, ahora, mirando estas fotografías en las que estoy con mi viejo amigo Víctor, al que tanto quiero y al que tantísimo admiro, me lleno de orgullo. Sé que a su lado siempre seré el amigo del chico. Pero me encanta serlo.
Lo que no quita que tenga decidido que, en mi próxima reencarnación, si he de volver a ser dibujante de tebeos, me pida ser Víctor de la Fuente.

Carlos Giménez
Madrid, abril de 2002

2 comentarios:

Jesús Duce dijo...

Maravillosa e insuperable exposición de Carlos sobre Víctor.

Anónimo dijo...

Como se nota la pasión que pone en las vivencias en este caso con Victor de la Fuente.

Dos de los Grandes.

Gracias Paco, por mandarlo.

Un abrazo
Jose Ramon